Puertas Abiertas • 20 feb. 2025
Las familias solo pudieron enterrar a los cristianos decapitados en Libia tres años después del atentado
Hace diez años, el 15 de febrero de 2015, el mundo fue testigo de una tragedia que se convirtió en un testimonio de fe inquebrantable. Veintiún cristianos, 20 egipcios coptos y un ghanés, fueron martirizados en las costas de Sirte, Libia, por militantes del Estado Islámico. Sus vidas terrenales terminaron en brutalidad, pero entraron en la eternidad en triunfo, coronados con la gloria del cielo.
Estos hombres eran trabajadores comunes, obreros de la construcción que dejaron Egipto en busca de mejores oportunidades para sostener a sus familias. Aquel día fatídico, bajo el sol brillante y junto a las olas serenas y la arena silenciosa de la playa de Sirte, vestían de naranja, enfrentando a sus captores vestidos de negro. Capturados más de un mes antes, habían soportado prisión, tortura y miedo, pero mantuvieron la fe inquebrantable.
Recientemente, socios locales de Puertas Abiertas visitaron a las familias que perdieron a sus seres queridos en el atentado. Samir, padre del cristiano Girgis, recuerda cada detalle relacionado con su hijo, cada conversación, momentos de miedo y tristeza. Cada vez que sus ojos ven los retratos de su hijo en la sala, es como si reviviera sus recuerdos cada noche antes de dormir.
Un poderoso ejemplo de perdón
"Girgis tenía solo 24 años cuando fue secuestrado y decapitado. Estaba comprometido y planeaba casarse en agosto de ese mismo año, cuando finalmente planeaba regresar de Libia a Egipto para siempre. Girgis está con Jesús, y eso es lo que importa ahora. Lo extraño a cada segundo". Y luego, las palabras más poderosas de todas: "Perdoné a los militantes que mataron a mi hijo. No sabían lo que estaban haciendo", afirma el padre del cristiano.
Al principio, admitió que estaba perdido en el dolor, incapaz de pensar en otra cosa. Pero con el tiempo entendió: "Mi hijo es un mártir por Jesús, y eso es una bendición. Oro por aquellos que lo mataron, para que puedan ver la verdad y seguir la luz". El perdón es una convicción compartida entre todas las familias que perdieron a sus seres queridos en el ataque en Libia. El dolor es otro lazo común, pero la fe de ellos supera tanto la angustia como la ira.
A pocos pasos de allí, socios de Puertas Abiertas visitaron la casa de Loka, otro cristiano decapitado. Tenía 27 años, era esposo y padre, y había viajado a Libia para mantener a su familia. Las fotografías en las paredes llevan historias. Una foto lo mostraba acostado en un ataúd.
Enterrados en una fosa común
Cuando el Estado Islámico decapitó a los 21 hombres, les negó un entierro digno. Sin ataúd, sin oraciones, sin funeral. Los cuerpos fueron descartados en una fosa común. Tres años después, uno de los militantes capturados reveló la ubicación donde los mártires habían sido escondidos y los restos fueron finalmente devueltos a Egipto.
El orgullo era evidente en el rostro de Nagaty, padre de Loka. Caminaba por la aldea con la cabeza en alto, no porque su hijo hubiera muerto, sino porque Loka no vaciló. No escondió su fe, no negó a Cristo y no huyó. Se mantuvo firme, abrazando la fe incluso ante la tortura y la muerte.
"Escuché su voz, llamando el nombre de Jesús poco antes de la decapitación. Era su voz. Lo reconocí. Y me sentí aliviado. Fue fiel. Jesús estuvo con él todo el tiempo. Y ahora, él está con Jesús. ¿Qué más podría pedir un padre?", testifica Nagaty.
Para Nagaty, no hay mayor satisfacción que saber que su hijo permaneció firme en su fe y ahora está con el Señor. En esta aldea hay una reverencia no expresada, un honor dado a aquellos que soportaron uno de los actos de persecución más crueles y dolorosos. Es un pequeño consuelo, un alivio silencioso, para las familias que han perdido tanto.
El décimo aniversario de los mártires coptos en Libia es un hito solemne, un momento para honrar a estos hombres que testificaron de Cristo hasta la muerte. Pero también es un recordatorio: no todos están llamados a morir por su fe, pero todos están llamados a vivirla con valentía. Dedica unos minutos en oración por estas víctimas.
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