Siguiendo al maestro de mi padre

Una joven norcoreana decide seguir la fe de su padre a pesar de haberlo visto ser encarcelado de niña

Puertas Abiertas • 1 ene. 2024


Una noche, escuchando una emisión de radio cristiana, Ji-ho descubrió que eran las mismas palabras que le había enseñado su padre (foto representativa)

Una noche, escuchando una emisión de radio cristiana, Ji-ho descubrió que eran las mismas palabras que le había enseñado su padre (foto representativa)

La historia de Ji-ho (seudónimo) se basa en varios relatos reales de la vida en Corea del Norte.

Agentes del Estado de Corea del Norte persiguieron al padre de Ji-ho mientras ella estaba en la escuela. Cuando abrió la puerta de la casa, oyó gritos y vio a hombres con palas cavando en el jardín. Había más hombres dentro de la casa, gritando a su padre. "No pude evitarlo. Grité Appa (papá en coreano) y corrí al dormitorio. Vi a mi padre encogido en un rincón, corrí hacia él y lo abracé", cuenta Ji-ho.



Mientras los agentes de seguridad hacían preguntas y acusaciones a su padre, se hizo evidente lo que buscaban. Querían una radio que había en la casa y saber de un libro secreto. Registraron la casa en busca de ambos objetos, pero nunca encontraron la radio, probablemente porque tenían demasiado miedo de tocar el retrato de los líderes, detrás del cual se encontraba la radio.

El padre de Ji-ho siempre pensó que era un poco gracioso que la radio, su enlace ilegal con el mundo exterior, estuviera detrás de la foto de Kim Jong-il colgada en la pared. También sabía que la policía no se atrevería a tocarla. Pero mientras los agentes escarbaban fuera, en el pequeño jardín, encontraron el libro envuelto en plástico. Uno de los policías entró con el libro en la mano y una mirada triunfante. Este pateó una pequeña mesa, lo que hizo que Ji-ho y su padre se encogieran en un rincón. Tiró platos por todas partes y arrojó el libro a los pies de su padre. "Mi padre y yo estábamos llorando. En ese momento, supimos que no volveríamos a vernos", cuenta.

Empujaron al padre de Ji-ho y ella se tambaleó tras ellos, demasiado aturdida para hacer algo más que llorar en silencio. La última vez que vio a su padre fue a través de un portón, mientras la policía se lo llevaba. La puerta se cerró y Ji-ho quedó sola.

No sabía adónde se llevaban a su padre, y probablemente nunca lo sabría. Lo que no entendía era por qué se lo habían llevado. Sabía que tener una radio era peligroso, más aún porque su padre había logrado de alguna manera conseguir un pequeño transistor para encontrar noticias de fuera de Corea del Norte. Quería saber si había algún lugar que tuviera comida. Pensó que China podría tener algo que ofrecer y que podría ser capaz de cruzar la frontera. Pero tampoco estaba seguro de si lo que decía la radio sobre la cosecha en Corea del Norte era cierto. Aun así, siempre se quedaba despierto hasta tarde, escuchando las emisiones de radios extranjeras en busca de nueva información que les ayudara a sobrevivir. "Decía que valía la pena arriesgarse, aunque los dos sabíamos que lo detendrían si lo descubrían", comparte.

Lecciones peligrosas


Antes de ser llevado por agentes del Estado, el padre de Ji-ho le enseñaba lecciones de un maestro que estaban grabadas en un libro secreto (foto representativa).

Sin embargo, Ji-ho no veía qué tenía de malo el libro secreto de su padre. A él le encantaba leerle historias y enseñanzas del libro. "Un hombre sabio se sentó en una montaña y comenzó a enseñar, me dijo mi padre una noche. Dijo: Cuando la sal pierde su sabor, ¿para qué más sirve? Las personas somos como la sal. Si perdemos nuestra bondad hacia los demás, perdemos nuestra humanidad. Mantén siempre tu sabor, Ji-ho". Ella no sabía qué significaba esa historia ni sus palabras, pero se sentía impregnada por ellas. ¿Por qué una lección sobre bondad sería tan peligrosa en Corea del Norte?

A medida que crecía, el dolor por la pérdida de su padre se apoderó de ella. La pena nunca desapareció, pero ella tenía preocupaciones más apremiantes, como encontrar comida y sobrevivir. Empezó a escuchar la radio en busca de noticias sobre el mundo exterior, como hacía su padre. Quizá hubiera comida fuera de Corea del Norte; no sabía cómo llegaría allí, pero imaginaba que fuera del país no moriría de hambre como algunos de sus vecinos. También plantó algunas verduras en el patio trasero. Técnicamente, sabía que no estaba permitido, pero a nadie parecía importarle demasiado; al fin y al cabo, llevaban meses sin recibir sus raciones normales de comida por trabajo.

Cuando cumplió 20 años, su rutina nocturna giraba en torno al transistor y al huerto. Llegaba a casa después de trabajar en la granja, echaba un vistazo al huerto, recogía unas cuantas patatas o coles y comía su escasa cena mientras escuchaba la radio. Nunca supo nada de la comida que podía conseguir, pero había algo reconfortante en escuchar la radio como había visto hacer a su padre muchas veces.

Una noche, encendió el transistor en busca de nuevas emisoras. Encontró una emisora en coreano, pero lo que decía el hombre era improbable en cualquier programa de Estado que ella hubiera escuchado. "Ustedes son la sal de la tierra, dijo el hombre de la radio. Si la sal pierde su sabor, ¿para qué sirve? Estas son las palabras de Jesús, y nos recuerdan que nunca debemos perder nuestro sabor: nuestro amor por los demás".

Ji-ho estuvo a punto de volcar su té. Esto era lo que su padre había dicho hacía muchos años, casi palabra por palabra. Pero la radio decía que lo había dicho alguien llamado Jesús. ¿Quién era Jesús? ¿Era el "maestro" del que había hablado su padre? Desde entonces, escuchaba la emisora cada vez que podía. "Oí otras cosas sobre Jesús: No sólo de pan vive el hombre (Lucas 4.4); La paga del pecado es muerte, pero el don de Dios es vida eterna por medio de Cristo Jesús (Romanos 6.23); y lo más maravilloso de todo: Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Juan 3.16)".

Poniendo en práctica las lecciones


Aun sabiendo el riesgo que corre al elegir la misma fe que su padre, Ji-ho busca formas de expresar el amor de Jesús con cautela (foto representativa)

En la radio decían que eran cristianos. Ji-ho creció oyendo hablar en la escuela sobre misioneros occidentales que secuestraban niños y mataban personas. Pero en la radio no se oía nada parecido. "A medida que escuchaba, me convencía cada vez más: este Jesús era el gran maestro del que mi padre intentaba hablarme. Jesús quería ser mi Señor y Salvador, y yo quería seguirle, igual que mi padre".

Ella comenzó a pensar en estas lecciones todos los días. Veía a un vecino que sabía que tenía hambre y oía las palabras de Jesús: "Si hacen esto a alguno de mis pequeños, me lo harán a mí". Llegaba a casa, agotada de trabajar en el campo, con el corazón todavía dolorido por la pérdida de su padre, y pensaba en lo que había oído en la radio: "El Señor es mi pastor y nada me falta" (Salmo 23.1).

Ji-ho intentaba orar como había dicho la persona de la radio. "Él decía que es posible hablar con Dios en cualquier momento y que Dios quiere escucharnos. A menudo parecía que Dios escuchaba mis oraciones y quería que supiera que estaba conmigo". A medida que seguía aprendiendo más sobre Jesús, también descubrió que su vida cambiaba en otros aspectos.

Seguía teniendo hambre, pero empezó a compartir su comida. "Pensé en lo que dijo Jesús sobre ser sal y en que mi padre me había dicho que nunca perdiera el sabor. Sabía que podía dar algo de mi comida a mis vecinos que no tenían huerto. Esperaba mostrarles de alguna manera que Jesús los amaba", comparte.

Ji-ho sabía que era peligroso hablarle a alguien de Jesús. Los líderes del país no querían que la gente adorara a alguien o algo distinto de ellos mismos. Se dio cuenta de que por eso se habían llevado a su padre. Vieron que el padre de Ji-ho tenía un Señor que era más grande que los líderes del país. "Ahora soy cristiana, sirvo al mismo Jesús que mi padre y las personas de la radio. Puede que yo sea la única cristiana en Corea del Norte. Pero puede que otras personas también escuchen los programas de radio. Espero conocer algún día a otro seguidor de Jesús. Sería maravilloso compartir mis esperanzas y mi fe con alguien. Por ahora, seguiré escuchando la radio. Me ayuda a no sentirme sola. Voy a seguir aprendiendo más sobre Jesús y cómo puedo seguirle más de cerca. También voy a seguir siendo sal para la gente que me rodea, como me dijo mi padre", concluye.

Programas de radio para los norcoreanos

La única forma que tienen muchos cristianos de Corea del Norte de recibir contenidos cristianos es a través de programas de radio clandestinos. Una donación permite a los cristianos norcoreanos aislados acceder a emisiones de radio que los animan en su camino con Jesús.


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