Puertas Abiertas • 1 jul. 2024
Sarah es una cristiana egipcia que se enfrentó a muchas dificultades cuando su esposo descubrió su fe en Jesús (foto representativa)
Cuando Sarah* tenía ocho años, sus padres murieron, lo que la obligó a mudarse con su abuela, una estricta musulmana que vivía en una zona pobre en el norte de El Cairo. "Tuve una educación muy tradicional. Crecí en la pobreza y tuve que dejar la escuela a los 14 años para trabajar", dice Sarah. Como muchas mujeres musulmanas de Egipto, Sarah se casó muy joven con Rashed*. Su esposo tenía un temperamento fuerte y la maltrataba emocional y físicamente. Cuando la pareja tuvo dos hijos, los maltratos se extendieron también a ellos. "Dios nos bendijo con dos hijos que fueron la única luz de mi vida. Pero sufrí mucho porque no pude protegerlos de su propio padre", dijo Sarah. En algunas ideologías musulmanas extremistas, el único papel de la mujer es casarse, tener hijos, cubrir las necesidades del esposo y cuidar de la familia.
Los días de Sarah se convirtieron en un ciclo interminable de angustia. "Caí en la desesperación. La vida en casa era una pesadilla y las lágrimas no se quitaban de mis ojos", afirma. Sin embargo, en medio de los momentos más oscuros, Sarah tuvo un rayo de esperanza. Una amiga del trabajo, Lydia, era cristiana y parecía irradiar otro tipo de felicidad. Aunque también tenía dificultades, incluso económicas, parecía que su corazón siempre estaba en paz.
Sarah una vez más llegó al trabajo llorando y Lydia se acercó para ofrecerle ayuda. "Lydia fue la única que se fijó en mí. Me escuchó, me abrió su corazón y me animó con bellas palabras", recuerda. En su angustia y miseria, Sarah encontró el valor para preguntar a Lydia por el secreto de su paz y alegría constantes: "¿Es tu fe la que aporta tanta serenidad a tu corazón?". Lidia compartió entonces el mensaje de salvación con Sara, cuyo corazón quedó profundamente conmovido. Lidia le dio a su amiga una Biblia y la ayudó a leerla.
Una compañera diaria
Una amiga del trabajo de Sarah, Lydia, compartió el mensaje de salvación y le dio una Biblia (foto representativa)
Al principio, Sarah estaba confusa y asustada. No entendía la contradicción entre las duras creencias islámicas que había aprendido toda su vida y las compasivas palabras de Jesús. Sin embargo, sentía un profundo deseo de saber más sobre la fe cristiana. Día tras día, su mente se convencía con las enseñanzas y los textos de las Escrituras, en los que encontraba consuelo y sabiduría.
"La Biblia se convirtió en mi compañera diaria. Era alimento para mi mente, consuelo para mi corazón y paz para toda mi vida. En el primer año de mi experiencia con el Evangelio, me transformé en una persona diferente. Las enseñanzas del Evangelio me devolvieron la vida", afirma.
Una noche, mientras dormía, tuvo un sueño. En el sueño, Dios se le apareció y le habló suavemente: "Sarah, ¿de qué tienes miedo? Sígueme, porque yo soy el camino, la verdad y la vida". Cuando abrió los ojos, supo que su vida nunca volvería a ser la misma. Ese día, a la edad de 28 años, aceptó al Señor Jesús como su salvador. "La fe en Jesús llenó mi corazón de alegría, paz y esperanza. Él me dio la fuerza que necesitaba desesperadamente y volví a encontrar la esperanza", comparte.
A partir de ese momento, la vida de Sarah tomó un nuevo rumbo. Encontró fuerza y esperanza en su fe en Jesús y su relación con Dios llenó su corazón de amor y paz. Eso no significa que las pruebas hayan terminado. "Cuando me hice cristiana, me exponía al rechazo, la persecución e incluso al divorcio si mi esposo se enteraba de mi fe en Jesús. Tuve que ser prudente y cautelosa, no quería perder a mis hijos", dijo.
Conoce el desenlace de la historia de Sarah en una noticia que se publicará la próxima semana.
Cristianos secretos
Los cristianos secretos de Egipto reciben ayuda en cuestiones económicas, sociales y espirituales, lo que les permite resistir la persecución y crecer en la fe en sus comunidades. Una donación les permite recibir ayuda de emergencia a través de socios locales, lo que les permite mantenerse a pesar de la persecución.
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