Puertas Abiertas • 21 sep. 2021
La experiencia de los cristianos en prisión suele ser traumática. No importa si se quedan solo unos días o muchos años.
Saman y Morad, dos ex presos de Irán, comparten su experiencia y nos recuerdan que sufrir por Cristo a menudo conlleva dudas, dolor, soledad y pena, pero al final, seguir a Jesús vale la pena.
"La prisión era un lugar terrible, muy terrible", dice Morad, un hombre con cerca de 40 años, cuando nos reunimos con él en el curso de atención a traumas, creado por Puertas Abiertas. "En los seis meses que estuve allí, ejecutaron a 20 personas. Lo anunciaron por los altavoces de la prisión. Algunos de ellos habían estado en mi celda; era desgarrador ver en sus ojos el miedo a la muerte".
Morad era profesor en una iglesia. Fue detenido mientras enseñaba a un nuevo creyente en otra ciudad. "Nadie sabía dónde estaba", dice. "Los interrogadores se burlaban de mí y me daban patadas mientras me hacían preguntas. Todo lo que decía era utilizado en mi contra. Le dije a Dios: Señor, tú ves todo; ¿por qué permites esto?, pero Dios guardó silencio".
Curso de atención al trauma para cristianos ex prisioneros. Esta conferencia fue organizada por un socio local con el apoyo de Puertas Abiertas, tuvo lugar fuera de Irán en un lugar seguro.
Saman* también asistió al curso de atención al trauma para ex prisioneros. Es un joven que solía dirigir a los jóvenes de su iglesia, que está creciendo rápidamente. Era un creyente fuerte y apasionado, pero cuando acabó en la cárcel, esto cambió rápidamente. "Cuando me llevaron a la cárcel, dejé a mi madre temblando y llorando en casa; ella vio cómo las autoridades me llevaban a prisión. Se le rompió el corazón. Fue terrible ver eso. En la cárcel, tenía miedo y me sentía desesperado. Me sentía tan lejos de Dios que durante los primeros días de prisión ni siquiera conseguía orar".
Saman luchó con sus interrogadores, o como él lo ve, con el mismo diablo. "Intentaron doblegarme diciéndome que era un don nadie. Ellos destruyeron mi identidad". Saman se sentía tan lejos de Dios que en algún momento llegó a dudar de su fe. "Pensé: ¿Será real todo lo que estos hombres dicen? ¿He desperdiciado 13 años creyendo en Él? ¿Existe siquiera?".
La fe de estos cristianos se debilitó aún más cuando sus amigos les tendieron una trampa. En el caso de Morad, uno de sus compañeros de iglesia que comparte el mismo pabellón estaba increíblemente enfadado con él. "Me contó cómo los interrogadores lo amenazaron con abusar de su hijo, dijo que yo arruiné su vida porque le presenté a Cristo y que iba a testificar contra mí en el tribunal".
Saman vio cuando los agentes interrogaron a sus amigos con los ojos vendados. Cuando se les preguntó de quién era la culpa de que estuvieran allí, todos dijeron "de Saman" y todos estaban dispuestos a testificar contra él en el tribunal.
Dos historias desgarradoras: historias sin grandes milagros ni respuestas fáciles. Pero son historias que no carecen de Dios, atestiguan los hombres. "Después de uno de mis interrogatorios, recordé una cita de Abraham Lincoln", dice Morad. "En el fin del mundo, caigo de rodillas. Y eso es lo que hice, caer de rodillas. Y finalmente, Dios me habló. Me dijo: Guarda silencio, abrázame, y abrázame como si estuvieras pegado a mí con pegamento ".
Saman también encontró la paz cuando empezó a orar. "Me enfadé mucho después de mi primera conversación telefónica con mi madre y mis hermanas. Grité por los pasillos cuando me llevaban a mi celda. Grité ¡No me merezco esto! Luego, en mi celda, empecé a gritarle a Dios: "¿Dónde estás?". Poco a poco comencé a clamar, hasta que la alegría del Espíritu Santo se apoderó de mí y empecé a bailar y a cantar: ¡Jesús está vivo, Jesús está vivo! ".
Han pasado algunos años desde el encarcelamiento de Morad. Da un sorbo a su café en un sofá del hotel donde tiene lugar el curso y dice. "Si me preguntan por qué Dios guardó silencio, todavía no sé por qué. Pero lo que sí sé es el encargo que me hizo: vivir el Evangelio".
Gracias al curso sobre traumas, los cristianos ex prisioneros pudieron compartir sus experiencias y orar unos por otros.
Saman ha estado luchando con Dios desde su liberación. "En la cárcel, sentí que Dios estaba muy cerca, pero también muy distante. Y cuando salí de la cárcel no recibí la atención que esperaba de mi Iglesia. Me sentí olvidado. No sólo por la Iglesia, sino también por Dios. Aun así, nunca creí que Dios me abandonara realmente". Aquí, en el curso de atención al trauma, habiendo recibido terapia artística y estudios bíblicos sobre el sufrimiento, siente por primera vez que el fuego que solía tener por Dios está volviendo.
"Todavía no es lo mismo, pero creo que volverá", comparte el cristiano.
"Estar preso por Cristo no es fácil, es real y no es una experiencia agradable", concluye Morad. "Pero también es una prueba de realidad. ¿Estoy dispuesto a sufrir por mi Señor? E incluso después de esos horribles meses en prisión, puedo decir… Sí, vale la pena con creces. Creo en Jesús, y si esto significa que tengo que sufrir, entonces estoy dispuesto a hacerlo".
Ora para que los cristianos puedan readaptarse a la vida en libertad y reincorporarse a la vida comunitaria. Intercede por ellos para que utilicen sus testimonios para llegar a otras vidas.
*Nombres alterados por razones de seguridad.
La experiencia de los cristianos en prisión suele ser traumática. No importa si se quedan solo unos días o muchos años, el tiempo de detención viene cargado de diversas secuelas físicas y emocionales. Por eso la oración de la iglesia mundial es tan importante, tanto mientras los cristianos están en prisión como después de ser liberados.
Con tu donación apoyas la defensa de los cristianos encarcelados en países donde existe persecución y los cursos de atención a traumas.
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