Puertas Abiertas • 18 nov. 2024
Además de ser sanada después de entregar su vida a Jesús, Liudmilla ya no tuvo pensamientos suicidas
Liudmilla tenía una cuerda improvisada alrededor del cuello, lista para abandonar su sufrimiento. Ya no tenía ganas de vivir. No era la primera vez que intentaba suicidarse; ya lo había intentado dos veces antes, pero nunca lo lograba. Esta vez, un vecino la vio y corrió a socorrerla. “Sentía que mi vida estaba arruinada por la sordera y otros problemas de salud, así que decidí acabar con ella”, recuerda.
Sus problemas comenzaron mucho antes de este incidente. Nació sorda y sufría de epilepsia desde muy joven. Su padre, un musulmán devoto en Asia Central, la llevó a varios líderes religiosos islámicos para que oraran por ella, pero nada parecía funcionar. “Cuando era muy pequeña, pensaba que mi padre realmente me amaba porque se dedicaba mucho a cambiar mi situación. Sin embargo, a medida que crecí, me di cuenta de que mis padres sentían vergüenza porque era sorda. Por eso intentaban tanto cambiar mi situación. Ellos pensaban que estaba maldita por Dios. Ya de adolescente, comencé a odiar a mi padre por no aceptarme y amarme como era – su hija sorda”, recuerda.
A los 19 años, sus padres la casaron, pero el matrimonio no duró porque su suegro la despreciaba por ser sorda y estar enferma. “Mi suegro me odiaba porque estaba constantemente enferma. Solía golpearme y decirme: ‘Te odio, no quiero que vivas con nosotros porque tienes muchas enfermedades. Eres mala para nuestra familia’. Después de soportar eso por diez años, me divorcié. Pero ya tenía dos hijos y los llevé conmigo”, cuenta.
Una amiga vio las dificultades de Liudmilla y le sugirió que hablara con otra mujer cristiana. Aunque vivía lejos, la cristiana sorda la visitó y pasó tiempo con ella. En ese encuentro, Liudmilla escuchó sobre una iglesia en otra ciudad y se interesó en ir. Aunque estaba en una ciudad lejana de su aldea, estaba desesperada por sanidad y paz, así que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. “En ese momento no tenía dinero, pero tenía muchas gallinas. Así que las vendí para ir a otra ciudad”, dijo.
Sus esfuerzos valieron la pena, pues encontró lo que estaba buscando. “Cuando llegué a la iglesia, vi a muchas mujeres sordas. Hablé con ellas y compartí mi historia. Ellas me dijeron que si aceptaba a Jesús, experimentaría una transformación e incluso milagros. Decidí dar mi vida a Jesús porque, más que nada, quería ser curada”, recuerda. Cuando las personas oraron, fue sanada físicamente. “Cuando regresé, no me sentía mal y, para mi sorpresa, mi corazón también estaba cambiando. No volví a tener pensamientos suicidas después de eso”, cuenta.
Reacción en cadena
Liudmilla se apasionó por el evangelismo y viaja a aldeas remotas para hablar de Jesús a personas sordas
La decisión de entregar su vida a Cristo desencadenó una reacción en cadena. “Me gustaba ir a la iglesia porque allí entendí que mi mente necesitaba sanidad al igual que mi cuerpo. Entonces sentí la necesidad de cambiar mi estilo de vida. Me di tres meses para ello. En ese corto período, mi vida comenzó a cambiar drásticamente”, continúa Liudmilla. “Me reconecté con mi familia y comencé a reconstruir la relación con mis padres. Mis vecinos también fueron testigos de mi transformación. Me conocían como una mujer peligrosa y violenta, pero después de volverme cristiana, vieron que ya no era así. Mi corazón se abrió para amar a los demás y mostrar mi amor por Dios”, comparte.
Liudmilla conocía a todas las personas sordas de su aldea, quienes eran tratadas como ignorantes por no saber leer, escribir o no tener mucho conocimiento. “Cuando vi eso, supe que tenía que servir a mujeres sordas que habían tenido una vida difícil como yo. Ellas encontraron consuelo al tener a alguien con quien abrirse. Lo que Jesús hizo en mi vida se convirtió en un testimonio para ellas”, dijo.
En la región, las personas piensan que la sordera es una maldición. “Les hablo a las personas sordas sobre el Dios de la Biblia y cómo él es diferente del dios de ellas. Les digo que pueden sentir el amor de Jesús y experimentar una transformación al invitarlo a sus vidas”, cuenta. Liudmilla comenzó a visitar a personas sordas en ciudades vecinas y áreas rurales, hablando sobre el Dios que transformó su vida. Actualmente, tiene 61 años y aún está apasionada por el evangelismo.
“No tengo mucho tiempo, pero quiero ir a lugares donde las personas aún no han oído hablar de Jesús. Algunas aldeas que visito están cerca de áreas montañosas. El viaje hasta allí es extremadamente difícil. Debido a las montañas, no hay señal de celular. No puedo ni siquiera pedir ayuda en caso de emergencia”, afirma. Para llegar a los lugares, memoriza las direcciones de cada aldea. “Algunas veces crucé ríos a pie porque la ruta normal es muy larga y el camino pedregoso. No hay autobuses y no voy en coche porque es muy caro. Así que voy a pie. Es difícil, pero debo ir allí y compartir acerca de Jesucristo”. Permite que sordos sean alfabetizados y aprendan el lenguaje de señas, cambiando su realidad y perspectiva de futuro en Asia Central con tu donación.
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