Puertas Abiertas • 11 ago. 2019
Madre e hija juntas después de huir de Irán
Dos semanas después de que Rachel *, una cristiana iraní, fue colocado en prisión, finalmente se le permitió llamar a su hija. “Comencé a llorar tan pronto como escuché su voz. Descubrí que ella estaba enferma y que se sentía muy mal”, recordó. Entonces, Rachel intentó contener las lágrimas lo máximo que pudo, para tranquilizar a su hija: “Estoy bien, no te preocupes. Sé amable con tu padre y esperen por mí. Yo volveré a casa”.
La mujer sentada al lado de Rachel escuchó su llamada y le preguntó: "¿Por qué te hacen la vida tan imposible? ¿Todo ese sufrimiento es por causa de Cristo?". Era una pregunta que la cristiana había aprendido a responder semanas antes. Entonces fue firme en su respuesta:“Jesús es real. Él cambió mi corazón y es digno de recibir toda mi vida”.
Después de un mes en la prisión, Rachel fue puesta en libertad bajo fianza. Las palabras no pueden describir la felicidad que sintió cuando pudo abrazar a su hija nuevamente: “Ella no me soltaba. Y me pidió que nunca más me fuera”. Sosteniendo a su hija, Rachel sabía que, si se quedaba en Irán, podría volver a prisión, y esta vez, también podrían llevarse a su esposo. Solo había una opción: huir del país, sin importar la dificultad.
Ahora, Rachel y su familia viven en una casa a las afueras de Irán, y a pesar de todo lo que pasaron en su país, reconocen que gracias a ello, crecieron en la fe. “En la prisión, aprendí a confiar realmente en Dios en un nivel profundo. También cambié como madre. Estoy aún más apasionada por enseñarle a mi hija sobre Cristo y pasar tiempo leyendo la Biblia con ella”, dijo Rachel.
Kimya*, hija de Rachel, también creció en intimidad con Dios. “Mi hija vio cómo Dios trabajó en mi vida y cómo nos ayudó a salir del país. Nunca tuvo una visión de Jesús, pero eso fue un testimonio para ella, desde entonces su fe es más fuerte”, explica Rachel.
* Nombres cambiados por seguridad.
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