Puertas Abiertas • 11 dic. 2015
Predicar el evangelio para la mayor población musulmana del mundo es una actividad muy arriesgada y que envuelve grandes peligros. El malestar es constante y el aislamiento es casi seguro. Entre los hombres y mujeres con esta vocación, muchos están a punto de renunciar, por más que sean valientes y osados. Pero ellos persisten.
La mayoría de los cristianos indonesios son libres para seguir a Cristo, y aunque la Constitución garantice los derechos de las minorías, el gobierno hace todo para que el cristianismo no se propague por el país. Todo comenzó cuando, en mediados de 1960, grupos políticos percibieron la expansión de las actividades misioneras entre los indonesios.
Desde entonces, numerosos reglamentos fueron puestos en práctica para reducir la evangelización cristiana, siendo el último de ellos un decreto por el Ministerio de Religión y del Ministerio de Administración interna, en 2006, que prohíbe todas las formas de propaganda religiosa.
""Con los nuevos reglamentos en vigor, muchos colaboradores enfrentan grandes dificultades para avanzar con las obras. Algunos fueron a parar en prisiones, simplemente por ofrecer Biblias para algunos aldeanos indonesios"", relata uno de los analistas de persecución. Según el analista, a pesar de las dificultades, ellos están dispuestos a luchar hasta el fin. ""Yo quiero cumplir mi llamado, guardar la fe y combatir la buena batalla"", concluye uno de los cristianos perseguidos.
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