Hilal Shamoon es un iraquí de 61 años que tenía su propio negocio en su país de origen. Hoy, como un refugiado en Líbano, recibe cestas de alimentación de la iglesia. Hilal estaba dispuesto a trabajar como sastre, de las 8 de la mañana a las 8 de la noche, seis días a la semana. Pero le dijeron que él estaba muy viejo y preguntaron si su hijo, Riad *, de 28, no me gustaría asumir su lugar. "Soy un hombre pobre. Dame, dame, dame", él bromea ante su actual situación.

Hilal y su familia nos muestran fotos de las ruinas de la gran casa que tenían y del centro comercial donde ellos tenían su propio supermercado. Con un cuchillo apuntado para ellos, los miembros del Estado Islámico (EI) los forzaron a entregarles joyas, dinero y el carro. Cuando el EI tomó a Mosul, en el norte de Irak, en 2014, Hilal huyó de la ciudad con su esposa, Mirza *, el hijo mayor, Riad * y dos hijas más jóvenes. La familia cristiana ahora vive en un alojamiento de dos dormitorios en Beirut. "Estamos sólo en tránsito aquí, pero todavía creo que hay un futuro para nosotros", dice Hilal con esperanza.

Como el Líbano no firmó la convención sobre refugiados de 1951 de la ONU, ellos ven a los sirios e iraquíes sólo como "personas desplazadas", a quienes no están obligados a dar permiso para trabajar. Aunque los sirios se extienden por todo el Líbano, apretados en centros comerciales construidos a la mitad o en campos de refugiados no oficiales, algunos iraquíes los consideran afortunados. Los sirios tuvieron acceso a algunas partes del mercado de trabajo que los iraquíes no tuvieron. Mientras tanto, los iraquíes encontraron otros medios de supervivencia, ya sea en el mercado negro (como Riad, hijo de Hilal, que no fue a trabajar como sastre), ya sea a través de ofrendas recibidas.

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* Nombres modificados por motivos de seguridad.