Puertas Abiertas • 26 may. 2025
Al regresar al pueblo, los cristianos desplazados encontraron todo destruido (foto representativa)
El 30 de abril, estalló una ola de violencia entre las comunidades drusas y sunitas en Damasco, que se extendió hasta Suwayda, en Siria. Ante este terror repentino, alrededor de 23 familias cristianas abandonaron sus casas y negocios. Aproximadamente 80 personas, sin tener a dónde ir, buscaron refugio en una iglesia en un pueblo cercano, con un futuro incierto y angustiadas por sus seres queridos que se habían quedado atrás.
“Era una mañana normal. Estaba cocinando. De repente, sin previo aviso, al mediodía, el sonido horrible de bombas y disparos cayó sobre nuestro pueblo. Nos quedamos atrapados dentro de la casa, esperando desesperadamente que todo terminara”, relata Mona (pseudónimo), una cristiana que presenció el ataque.
Después del cese de los disparos, un gran número de hombres armados, con barbas largas, invadieron el pueblo. Vestían uniformes militares verdes, negros y otras vestimentas militares desconocidas. Robaron todos los aparatos electrónicos, dinero y oro de las casas vacías, y prendieron fuego a lo que quedó.
Mujeres, niños y ancianos se aglomeraron buscando refugio en la iglesia, huyendo del pueblo de Sawara Al Kubra, cerca de Damasco. Pero la decisión más difícil recayó sobre los hombres, la mayoría de los cuales se quedó para defender sus casas, tierras y animales. “Fue una noche difícil. Mi esposo y mi suegro se quedaron en el pueblo, y la señal de celular fue cortada. Estábamos aterradas y pasamos toda la noche orando para que no les pasara nada malo”, recuerda Mona con la voz temblorosa.
Ayuda y provisión en la iglesia
Pasaron los días, y las familias seguían en la iglesia del pueblo vecino, esperando poder regresar a casa. El líder cristiano responsable de la iglesia acogió a las familias y les proveyó lo necesario. Los habitantes del lugar también colaboraron con donaciones. “Aunque la iglesia no es el lugar ideal para alojar a tantas personas, siempre ha abierto sus puertas a la comunidad en toda circunstancia, con los recursos disponibles. Todos los días leemos la Biblia, oramos y adoramos juntos”, cuenta el líder cristiano.
Después de diez largos días, cuando las fuerzas de seguridad lograron restablecer algo de control sobre Sawara Al Kubra, Mona y las demás familias regresaron a sus hogares. Pero se encontraron con una realidad devastadora. El pueblo parecía abandonado, las casas estaban destruidas y la escuela y el centro de salud habían sido saqueados. La cosecha fue robada, los animales huyeron o fueron llevados, y los negocios estaban cerrados y vacíos.
La mayoría de las familias se trasladaron a casas de parientes o alquilaron viviendas en pueblos cercanos. Pero otras, sin tener adónde ir, permanecieron en la zona, sin servicios básicos ni perspectivas de trabajo o futuro. Incluso comprar comida implicaba un viaje de 30 minutos en auto hasta el pueblo más próximo.
“Nuestra supervivencia a esta prueba es verdaderamente un milagro de Dios. Una nube oscura pasó sobre nosotros”. El socio local de Puertas Abiertas en Siria mantiene contacto constante con la iglesia que acogió a los desplazados y entregó una ayuda económica para cubrir los costos del cuidado de las familias durante la crisis.
“Muchas gracias por preocuparse por nosotros. Eso me hizo llorar y sentir que el Señor realmente está con nosotros. Me siento reconfortado por la iglesia de Cristo, sabiendo que hay personas como ustedes en ella. Gracias por todo”, comparte el líder de la iglesia.
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