Puertas Abiertas • 7 jul. 2014
Cuando los médicos enfermeros explicaron a los demás niños que era absolutamente necesaria una transfusión de sangre, el pedido de un donante de sangre fue recibido con sorpresa, ojos bien abiertos y un silencio total. Entonces, una pequeña mano se levantó, y un niño se ofreció. Él fue rápidamente colocado en una camilla, su brazo fue limpiado con alcohol y una aguja fue colocada en su vena.
Los morteros fueron lanzados sobre un orfanato dirigido por misioneros. Los misioneros y dos niños murieron inmediatamente. Varios niños quedaron heridos, inclusive una niña de ocho años de edad. El equipo médico que llegó a ayudar pronto percibió que aquella pequeña niña fue la que resultó más gravemente herida. Sabían que sin ninguna acción rápida, ella perdería mucha sangre y probablemente moriría.
Después de un tiempo el niño dejó de llorar, abrió los ojos y miró interrogativamente a la enfermera que retiraba la aguja de su brazo. Un sentimiento de alivio se extendió en su rostro. Durante el tiempo de la transfusión el niño pensaba que se iba a morir. Él había entendido mal. Pensó que necesitaba donar toda su sangre para que niña pudiese vivir. Aun así, él aceptó el desafío, pues ella era su amiga.
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